18/1/09

LOS DISIDENTES

Me suele molestar la gente militante. Primero porque suelen dar la chapa y segundo porque, en realidad, la gente que milita en algo suele ser en algo completamente estúpido del que, probablemente, sólo vaya a sacar algunas decepciones.

El militante (sea en partido político, asociación cultural o club de fans de Bimba Bosé) encuentra dentro de la masa a un reducto de seres humanos que se sirven como vivificante canal abierto de amistades, actividades y una fuerte afirmación de sus creencias en alguien –un líder-, en algo –un bien cultural- o en alguien/algo –Bimba, la música, la modernidad-. Para pertenecer a él sólo se le exigen tres cosas: pagar una cuota y seguir unas sencillas reglas. En la medida de sus capacidades de liderazgo (de su chequera o de su simpatía)o de su afán de notoriedad y poder el simple militante puede trepar en la pirámide de la organización de sus amores ocupando diversos puestos de coordinación, poltrona o poder absoluto.

El militante puede nacer (alguien completamente convencido) o se puede hacer. El que se hace suele ser el más purulento y se obliga a militar en algún sitio porque piensa que la Asociación, partido o Club que ahora es pequeño dentro de unos años manejará el cotarro y, por lo tanto, su esfuerzo y lealtad actual será recompensada en el futuro con un carguito. Sólo así podría explicarse como conocidos personajes de la más pura derechona (Losantos, Piqué, Villalobos etc.) militaran durante una época en los grupos de extrema izquierda más sonrojantes o que personalidades del PSOE (Damborenea, Alberdi etc.) se hayan pasado sin la preceptiva ducha a las tertulias más derechistas y más cercanas al PP.

Antes de dar el salto estos personajes se convierten en DISIDENTES. Un estado embrionario de la ideología en la que el sujeto militante-pelota se convierte en un tocapelotas de la peor especie que lleva colgada una etiqueta (“Soy católico”) pero sostiene justamente lo contrario, que echa pestes de sus antiguos compañeros y que parece, por su actitud, ser el típico chiflado metido en la bodega de un barco con una caja de bombas dispuesto a hacer volar el navío si no se hace lo que él quiere. El disidente se empeña en seguir perteneciendo a una institución que lo repudia y lo veja continuamente (como a Gallardón) porque, como declamaba Richard Gere en Oficial y Caballero, “¡No tengo un lugar a donde ir!”. Aguantan el tirón lo necesario, se hacen los mártires, se autoflagelan públicamente, se arriesgan a ser agredidos…pero, cuidado, en la mayoría de los casos lo hacen para colgarse la etiqueta de “DISIDENTES” y reaparecer en otra organización disfrutando de un nuevo aire de “renovadores”, “revolucionarios” o “contestatarios” cuando en realidad lo que son, la mayoría de las veces, es un atajo de ventajistas dispuestos a cambiar de chaqueta con tal de seguir montados en el carro. Despreciables.

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