2/12/08

LOS DJ

Antes los que se encargaban del tocadiscos o del cassette de doble pletina eran los más pringados de la fiesta. Los más feos, los más tontos, los que nunca ligaban. Si la canción era muy larga también valían para bajar al bar o acercarse a la gasolinera más cercana (sita más allá del descampado, a unos cinco kilómetros de distancia) en busca de hielo que a nadie le gustaba que se le calentara el copazo de garrafón mientras se le enfriaba la chati.

El empollón, que sabía mucho de música, se llevaba su colección de elepés o de cintas con ilusión pensando que ligaría algo charlando sobre la Credence o desmenuzando un disco de Nirvana pero, qué va, se le aleccionaba para que sonara música “que le gustaba a todo el mundo” (menos a él) y “cosas de los 40” (que esa criatura no había escuchado nunca por estar su sensibilidad con Ordovás y su cabeza llena de “sueños polares”).

Pero de pronto, en un estúpido giro de los hechos históricos, aquellos gafotas se convirtieron en los amos de la fiesta. La Revancha de los nerds se sirvió en un plato frío –que daba vueltas a 33 rpm- y desde la cabina de los locales más selectos. Es posible que no hubiera puesto la mano sobre una guitarra en su vida pero sus conocimientos de informática, un estupendo manejo de los cacharritos de los japoneses (secuenciadores, samplers, loops…) y algo de maña para encontrar ritmos sincopados (esos que hacían los señores con taparrabos de los docus de la Dos y que se resumían en pum-pum, chunda-chunda o ding-ding) hicieron que todo el mundo bailara con sus ruidos…eso y, claro está, una generosa ración de drogas químicas con nombres tan atrayentes como Mitsubishi, panoramix, Tazmanias o Mortadelos que reblandecían el cerebro y adormecían el gusto musical.

El nerd comenzó a vestir con un chándal o con cualquier prenda de moda, se puso anillos, cambió las gafas metálicas por unas de diseño y dejó de llevar los discos en bolsas de Hipercor para utilizar unas muy pintonas hechas de metal. Los metálicos del Jardín Botánico se convirtieron en los bailongos de paraísos artificiales de toda la quimérica ruta del Bakalao y los macarras del barrio que los corrían a collejas los aceptaron entre sus iguales. Exta-sí, Exta-no. Ahora los pinchadiscos se llama Disck-Jockeys (O ex-Jonkeis si uno se refiere a Chimo Bayo) y tienen esa pose afectada que debió mostrar Paganini cuando tocaba el violín, muestran la concentración de Pau Casals a la viola y se quitan a las mozas de encima con la misma alegría que se apartan los cascos de la cara para decir: “No acepto peticiones, guarra”. Ahora todo el mundo adora al que una vez fue el tontico de la fiesta y, con media sonrisa, nos están haciendo pagar tantos sinsabores: nos destrozan los oídos con una mierda difícilmente escuchable. Que nadie se confunda, ellos por los cascos están escuchando una piecita de Schubert.

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