19/12/08

SERGI AROLA

Nadie querría que un cocinero hambriento le preparase la comida porque suponemos que el ansia, la salivación y la debilidad no son las mejores condiciones para manipular alimentos. Pero existe un apetito aún más devastador que incapacita del todo para el manejo culinario: el hambre de fama. Sergi Arola sufre una severa desnutrición de popularidad que le lleva a aceptar cualquier actividad no gastronómica que incluya promoción en los medios; posa desnudo, participa en aquel demencial reality llamado Esta cocina es un infierno (recordemos que las concursantes eran del nivel de Bárbara Rey o Bienvenida Pérez, sólo faltaba Bimba Bosé), saca a relucir su tenue pasado como guitarrista de rock (qué duro debió ser para el joven Sergi no triunfar entonces) o se apunta a Carta Blanca de La 2 para llevar a sus amigos más guays.

La penúltima turra mediática del chef molón ha sido poner su imagen al servicio de una colección de tarros y especieros «ideados por el propio Arola»: los envases están realizados en vidrio con tapa metálica y cierre hermético y los especieros ¡llevan el nombre de la especia! Dios mío, qué capacidad, qué visión, este hombre es el Leonardo da Vinci de nuestro tiempo. Ojo, Sergi acepta lo que le echen pero no a cualquier precio; piensen en el gozo y el éxtasis que supone para un hambriento de fama que una foto suya a media página aparezca, varias veces por semana, en el diario nacional de más tirada (con esa condición habría anunciado orinales, casitas de muñecas o colchones Restform).

A Sergi Arola lo llaman «cocinero mediático» y él tan contento. Se nota que está encantado de conocerse, y nos alegramos de ello porque la caridad bien entendida empieza por uno mismo. Siempre tiene a punto un gesto trascendente pero desenfadado para posar en las fotos y una frase profunda sobre esfuerzo, dedicación y amor a su profesión para las declaraciones a la prensa. Tiene que ser muy duro mantener esa pose todo el día. Me imagino que por la noche llegará agotado a casa y llorará amargamente en la soledad de su despensa. Debería guardar esas lágrimas en uno de sus tarros con tapa metálica; si algún día tiene fans, seguro que matarían por tan preciado líquido.

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