7/12/08

BIMBA BOSÉ & LOS CABRIOLETS EN DIRECTO

Concierto de los Cabriolets en el Festival de Cine de Gijón. Un blog como éste no podía perderse un suceso tan goloso, sobre todo al saber que de ninguna manera contribuiríamos a ampliar el patrimonio de la panBimba porque la actuación era de entrada libre (los Bosé siempre han sabido qué hacer para llenar recintos a pesar de su falta de talento). Lo malo es que, a pesar de mis poderosos prejuicios en contra de la antimodelo chillona, un lejano temor vivía agazapado en el fondo de mi alma torturada: ¿y si al final me gustaba el grupo? Nada mejor que asistir a un evento con pocas expectativas; a poco que lo hagan bien es fácil que no te defrauden. Y puedo jurar que aquel viernes 28 de noviembre, en la masificada sala Albéniz, no había nadie menos predispuesto que yo.

Sí, he dicho bien: masificada. Durante la actuación de la telonera Nubla, el local se fue llenando de un público variopinto, diverso e inclasificable: adolescentes bien alimentadas, gañanes fiesteros estrenando americana, despistados guiris (invitados del Festival), maduras separadas proclives al apareamiento y yo mismo, nos apretujábamos en esa celebración universal de la cebolleta arrimada conocida como «magreo». En principio, podría ser el sueño de cualquier artista mainstream (más es más), pero no creo que encajara con las elevadas aspiraciones que apunta la Bimba con su habitual actitud displicente hacia el pueblo que huele.

Me situé cerca de la puerta de la sala y comprobé, horrorizado, que no dejaba de entrar gente ansiosa por ver a la pequeña Bosé (vale, esa presunta ansiedad es un licencia poética, pero yo estaba allí en una misión de dios y todo lo veía a través del prisma de este blog). Nubla terminó su cosa y nos pusimos a esperar… ¡durante una hora! Aunque algunos impacientes empezaron a silbar, yo sonreía porque la diva confirmaba los clichés más trasnochados: una estrella de verdad debe hacerse rogar. Por fin, a eso de las dos de la madrugada, la banda saltó a escena: batería, bajo, guitarra, corista negra y muchos ritmos pregrabados (pero muchos, ¿eh?). La música empezó a sonar como el hilo musical de un dentista enrollado y enseguida apareció el junco gritón, la vara de volador danzarina, la jabalina chillona, la pértiga vocinglera y todas las combinaciones posibles de objeto estilizado y sonido inarticulado de la voz, agudo o desapacible. Bastaron dos minutos (por reloj) de bimbapédica presencia para constatar tres hechos irrefutables:

a) La diva salió pandereta en mano, truco escénico inventado por los tunos para justificar la utilidad de universitarios voluntariosos pero carentes de oído musical.
b) La corista negra, al igual que la pandereta, cumplía misiones más allá del mero subrayado: era ella quien llevaba el peso de todas las canciones, cantando a la vez que su jefa para que a la jefa no se le oyera la poca voz.
c) El público comenzó a desfilar en dirección a la calle con un entusiasmo parejo al que habían mostrado poco antes a la hora de entrar. Para la tercera canción ya no había dónde arrimar la cebolleta (a no ser que uno se metiera a pie de escenario, sacrificio que mi devota entrega a este blog no contempla).

El devenir el concierto provocó otra conclusión no menos certera: la música ejecutada (nunca mejor dicho) por Los Cabriolets tiene menos fundamento que el casting de Operación Triunfo 3. Era como si alguien fuera activando los ritmos almacenados en la memoria un teclado Casio para que el batería golpease inútilmente sus timbales (se oía más lo pregrabado), el bajista compusiera una melodía insulsa, la corista hiciera gala de su vocal negritud y la Bimba desplegara su habitual mohín trascendente mientras ejecutaba una danza a medio camino entre chamán ciego de peyote y cuñada soltera encharcada de chupitos en el baile de una boda. Cada vez que terminaban una canción yo intentaba tararearla mentalmente: nada, imposible, su música atravesaba mi cerebro limpiamente, sin dejar huella.

La noche avanzaba y Los Cabriolets seguían su absurdo ritual de la nada. Cada vez había menos gente y los que se habían quedado progresaban en su etílica condición. A los tres cuartos de hora no pude más y salí del Albéniz. El viento helado del noviembre gijonés me abofeteó la cara como para que despertara del letargo. Se lo agradecí y me dirigí a toda prisa al bar llamado Sonotone: necesitaba una dosis de buena música como el comer.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

A ver Oscar, como te lo digo sin resultar hiriente:
Es el artículo más pedante de forma, vacío de contenido y falto de criterio que he leido en todo el día.
Bastante más tedioso que el concierto que describes, que ya es decir..
Que poco valor tienen hoy los blogs, cualquiera puede opinar.

Anónimo dijo...

Apártate que me tiznas le dijo la sartén al cazo...

Anónimo dijo...

Muy bueno! Suscribo todo lo que dices, no hay un grupito más soso, pedante y cursi que Los Cabriolets, hasta el nombre da grima, ha conseguido quitar el podium a Fangoria, que ya es mérito. Lo peor que se puede decir de ellos, es que se ve la mano artística y estilopática de su tío, el incombustible Miguelito.