
Me acerco a un encargado. A partir de ahora las frases impares las dije yo y las pares me las contestó el encargado. Disculpe, ¿estás luces...?. ¿A qué se refiere?. ¿Que por qué ponen las luces?. Coño, las luces de Navidad. No, no, yo digo las que han puesto hoy, no las que pondrán dentro de un mes. No le entiendo. Vuelvo al modo narrativo habitual.
Entre el 26 de noviembre y el 25 de diciembre trancurren treinta días, treinta santos que han quedado sepultados por la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo. ¿A que jode, Santa Leocadia (9 de diciembre)? ¿Ocurre igual en México, Nuestra Señora de Guadalupe (12 de diciembre)? ¿Por qué no te moriste en agosto, San Pedro Canisio, en vez de hacerlo un 21 de diciembre en el que no se acuerda de ti ni el puto Tato? Pues si os jode a vosotros, San Urbano, Santa Catalina Labouré, Santa Bibiana, que estáis más muertos que el choped del Eroski, imaginad a nosotros, los que tenemos que aguantar vivos la milonga casposa de la Navidad de mis pelotas desde unos días antes cada año, una semana antes por lustro.
No te rías, San Martín de Porres (3 de noviembre). Pronto llegará tu hora. Y el majadero del encargado seguirá sin entender nada.
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