
El sexo tántrico trata de hacer conscientes a los individuos humanos que al noble acto de meterla hay que dedicarle más tiempo. Horas y horas, repiten. Horas y horas y horas en las que la mujer se coloca encima del mastuerzo y con movimientos acompasados hace que entre ambos fluya la energía cual enchufe y empalme. ¿Eso significa que si coloco un transformador entre ambos no tendré que volver a pagar a Iberdrola? No exactamente... significa que el acto equilibra las energías asociadas a los canales “pranicida” y “pingala”, de sobra conocidos en todas las facultades científicas del mundo. Pues nada, que a “movese” mucho mucho tiempo para culminar en el “samadhi” donde “ambas individualidades se disuelven en la consciencia cósmica del universo”. “Vamos, ¿se corren o no?”, preguntaría mi primo Ambrosio. No, querido primo, eyaculan hacia dentro, no sueltan ni prenda líquida. Mantienen sus fluidos bien guardados, no se les vayan a perder.
Termina la entrevista televisiva y los dos primates evolucionados justifican una y otra vez el sexo tántrico con palabras esotéricas: “alma”, “energía”, “consciencia cósmica”... vamos, como hacen Sánchez Dragó o Sting. Eso sí, mientras dicen “mantra” o “tantra” o “gurú” se ve un brillo en sus ojos, millones de animales gritando dentro, millones de años de evolución después, se descubre una sudoración insana indicando que en cualquier momento él o ella se abalanzará sobre él o ella y, al grito de “ven pa’ca, moren@”, se ahogarán las putas tonterías orientales en el semen nuestro de cada día.
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